
Northland, es una de las 16 regiones en que se divide Nueva Zelanda. Como su
nombre en inglés indica, es la región más septentrional del país. El centro principal es
la ciudad de Whangarei. Northland se ubica en lo que los neozelandeses llaman “el
lejano norte”, o, por su clima templado, “el norte sin invierno”. Wikipedia, ya saben: una fuente fiable.

Ahora vamos a hablaros de nuestro Northland particular, porque en nuestro Northland si que hay invierno y todo el mundo viste de Díscolo.


Se añora el verano e igual que Calamaro a veces mataríamos por cinco minutos más, pero disfrutamos de los días fríos, que se viven deprisa para que no nos crezca la hierba bajo los pies.

En nuestro Northland se dan los buenos días, no se escupen. Las calles huelen a pan recién hecho y a tierra mojada. Reina la anarquía porque se conocen los limites de la libertad. No hay aniversarios ridículos. Ni San Valentín. Nadie se comunica a gritos. Ir al cine es la única obligación. Los hombres visten con cuellos vueltos, pantalones con pinza, sin ella, de pana, americanas, camisas de vestir, camisas de sport, trajes, abrigos largos, zapatillas (por supuesto) y zapatos, buenos zapatos, de los de toda la vida, que permitan escuchar el silencioso eco de ti mismo cuando avanzas por cualquier calle, unos buenos zapatos que te ayuden a pasar por la vida dejando huella. Todas estas prendas conviven en perfecta armonía unas con otras. En cuanto a las chicas… las chicas son magníficas, que diría Quique González y usan nuestras sudaderas, nuestras camisetas e incluso se atreven con camisas y jerséis.

En Northland la carne nunca la ponen muy hecha. Al pescado nunca se le exprime limón. Sólo hay un postre: la tarta de queso. Tampoco existen las copas de balón, sólo vaso ancho y la impuntualidad es una virtud.

Todo el mundo consume prensa en papel. Cenar pizza una vez por semana es un derecho. A los amigos se les visita, no se les llama, ni mucho menos se les escribe por WhatsApp. Las casas tienen chimenea y tejados inclinados de pizarra con un salón lleno de libros, leídos o sin leer, pero muchos libros y revistas y amplios ventanales que inundan todo el hogar con la luz del invierno. El zumo de naranja siempre es natural. Los niños juegan en las calles porque en la calle es donde aprendes a jugar y llegan a casa sucios, exhaustos y la mayoría de veces con heridas en las rodillas.

A Northland se llega por una carretera extendida entre árboles dónde viven todos los colores del otoño. Las carreteras siempre marcan un comienzo y un final, son una metáfora de las estaciones del año, marcan el paso del tiempo, la fugacidad del presente. Decimos adiós a los días cálidos e instantes después se empequeñecen en el horizonte hasta desembocar en un lugar donde no alcanza la vista y con ese sentimiento nostálgico llegan los días fríos. Sabemos que en el verano se está muy bien, pero en Díscolo volvemos a los cuarteles de invierno y nos dejamos la puerta
abierta para que paséis y así nos damos calor entre todos.

Bienvenidos a Northland.